Son las cuatro de la
tarde del día sábado 19 de enero, y está a punto de llover. Como es costumbre
–en especial cuando el mal clima se avecina- el repugnante aluvión de líquidos fétidos
color gris plomo, no se hace esperar. A veloz carrera y en pocos minutos, cubre
con un velo de muerte el último tramo del Canal de la calle 16, que lo separa
de su desembocadura en nuestro despreciado y maltratado Río Luján. Su
procedencia: un “misterio” conocido
por todos, con culpables bien identificados a los que nadie se atreve a
señalar. Su composición: metales
pesados, químicos varios, efluentes cloacales… es decir, nada compatible con la vida y la buena salud de la
población, que tuvo la desgracia de habitar en inmediaciones del canal por
donde este veneno escurre impunemente.
Pero hoy, como para
agravar el cuadro de por sí ya doloroso, se presenta una situación mucho más
grave. Un grupo de chicos y chicas vecinos del lugar -de entre 5 y 10 años de
edad- sin dudas debido a su inocencia y al total desconocimiento del peligro al
que se exponen, se encuentran abocados con los pies en el “agua”, a la
insalubre tarea de pescar la cena para esa noche. -“No hay problema, los
lavamos bien antes de comerlos”, responden orgullosos de la captura del día,
pequeños bagres y taruchas, que posiblemente hayan absorbido tantos químicos
que prefieran una muerte rápida mordiendo el anzuelo, que una larga y dolorosa
agonía por envenenamiento. El escenario se completa con montañas de residuos de
todo tipo, descomponiéndose al calor del verano.
Han pasado décadas desde
que se comenzó a denunciar tanto al canal con su asqueroso contenido, como al
basural lindero… y la situación empeora cada día. ¿Esperaremos a tener que lamentar
la muerte de un niño inocente, para por fin hacer algo?
Javier Moleres
SOS Hábitat
Nota: por tratarse de
menores, evito divulgar las fotos por las cuales es posible identificarlos.
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