Río abajo. Parte 1
Hace frío, no como en otros días de este
duro invierno, pero igual se siente. El pronóstico anticipa nublado y ventoso, aún sigue presente la
posibilidad de una nueva tormenta. De todas formas, ya está decidido, ningún cambio
meteorológico nos hará abandonar ahora.
Miro la hora, faltan varios minutos para el amanecer y aprovechamos la luz tenue que lo
precede, para hacer el último control de
nuestro equipo. Alejandro revisa la
cámara, nunca se sabe que tan bien protegida está, para el caso de un
inesperado “naufragio”.
Yo ubico el agua, los alimentos y un
botiquín de primeros auxilios, en dos compartimentos bajo los asientos, quiero
que se mantengan ordenados y secos. En realidad, más me preocupa tener a mano
el “rezón” (#) y le sujeto con firmeza un cabo que aseguro con doble nudo a la
embarcación, así podré usarlo como freno de emergencia. Navegar en plena
“crecida” no es fácil, y ya tuve una mala experiencia años atrás: la corriente
nos arrastró hasta estrellarnos contra un puente semicubierto por el agua. Solo
la suerte evitó que golpearamos o nos engancharamos en algo, por lo que pudimos
salir a flote y nadar hasta la orilla. Claro, ustedes se preguntarán entonces
¿porqué esperar a que el río esté crecido?. Empecemos pues, desde el principio.
No vamos a negar que recorrer el Río Luján
resulta una atractiva e interesante experiencia, en verdad sí, pero
solamente en el tramo que une Suipacha con Mercedes. Desde acá a Luján, las
cosas cambian por completo. Iniciado el nuevo siglo, el mundo se esfuerza en
recuperar y preservar las reservas de agua dulce, conciente de su escasez y de
la vital importancia en la supervivencia del hombre. En pocas palabras,
podremos vivir sin petróleo, quizá sin pan, pero no sin agua. Además en muchos
países, aún los ríos más pequeños se mantienen limpios y canalizados para
aprovechar el transporte fluvial, un método de comunicación eficiente y
económico, entre poblados rurales y grandes centros urbanos.
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Basurales en la orilla del río. Fotografía Javier Moleres. |
Mercedes, mientras tanto, insiste en utilizar
al río solo como una gran cinta transportadora, que acarrea lejos todas las
inmundicias que nosotros desechamos. Por consiguiente, nadie en su sano juicio
se atrevería a remar río abajo con escaso caudal de agua, pues se encontraría
flotando casi en un cien por cien de líquidos cloacales y efluentes
industriales.¿Cuál es el motivo que lleva a concretar el recorrido?, es el
único modo de palpar realmente al río, sentirlo y conocer su verdadero estado.
Poco se logra con extraer cada varios kilómetros una muestra de agua y
analizarla. Solo se obtienen datos fríos e imprecisos que nada dicen sobre la
verdadera dimensión de los males que lo aquejan.
El río Luján tiene miles de
años de existencia, sin embargo hoy su futuro está amenazado. Quizá lo más
importante de la travesía es obtener una
buena filmación, para mostrar a la comunidad con imágenes claras, el
terrible daño que se está causando. Ese
fue el objetivo de varios viajes anteriores, y lo será también en esta ocasión, sólo que esta vez las
experiencias más desagradables en cuanto niveles de contaminación, vividas por
casi una década, no llegaron a prepararnos e inmunizarnos para lo que
tendríamos que ver.
Cuando el río se desborda no tarda en volver a su cauce, pero las
márgenes permanecen fangosas por varios días, haciendo difícil que se pueda
caminar hasta la orilla. Si le sumamos el hecho de estar cargando con el peso
de la canoa, se entenderá porqué terminamos la “botadura” con barro hasta la
rodilla. Pero una vez que estuvo en el agua, nuestra embarcación –de casi cinco
metros de eslora y uno de manga- pareció deslizarse con la elegancia de un pez
en su elemento. Después de dos o tres minutos, ya estábamos en un punto sin
retorno: imposible arrepentirse y tratar de volver remando contra la fuerte
corriente, inútil tratar desembarcar en otro punto de la costa porque todo se
ha transformado en un lodazal. Según lo
acordado, un amigo nos esperará con su camioneta en Luján, a la hora prefijada.
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A punto de partir.Fotografía Javier Moleres |
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Puente Larroque o de Di Catarina.Fotografía Javier Moleres. |
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Pulpería de Cacho Dicatarina.Fotografía Javier Moleres |
El sol intenta asomarse entre las nubes, que por momentos se cierran para
mostrarse de nuevo amenazantes. La canoa parece abrirse paso cortando la bruma
y en silencio vemos alejarse a la vieja pulpería, de ahora en más todo depende
de nosotros y el, tantas veces
impredecible, Río Luján.
Continuará...
Nota:
(#) Rezón: ancla pequeña de cuatro uñas y
sin cepo.
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