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Relatos propios para releer en tiempos de pandemia.



 Navegar el río Luján es una experiencia diferente a observarlo desde su ribera. Hoy compartimos un relato de un integrante de nuestra asociación, Javier Moleres, quien ha recorrido el río en varias oportunidades. Esta historia fue escrita en el año 2002, pero mantiene su vigencia. Les iremos compartiendo en varias entregas las anécdotas, para que puedan disfrutarlas en este período de cuarentena,

Río abajo. Parte 1
     Hace frío, no como en otros días de este duro invierno, pero igual se siente. El pronóstico anticipa  nublado y ventoso, aún sigue presente la posibilidad de una nueva tormenta. De todas formas, ya está decidido, ningún cambio meteorológico nos hará abandonar ahora.  Miro la hora, faltan varios minutos para el  amanecer y aprovechamos la luz tenue que lo precede,  para hacer el último control de nuestro equipo. Alejandro revisa   la cámara, nunca se sabe que tan bien protegida está, para el caso de un inesperado “naufragio”.

     Yo ubico el agua, los alimentos y un botiquín de primeros auxilios, en dos compartimentos bajo los asientos, quiero que se mantengan ordenados y secos. En realidad, más me preocupa tener a mano el “rezón” (#) y le sujeto con firmeza un cabo que aseguro con doble nudo a la embarcación, así podré usarlo como freno de emergencia. Navegar en plena “crecida” no es fácil, y ya tuve una mala experiencia años atrás: la corriente nos arrastró hasta estrellarnos contra un puente semicubierto por el agua. Solo la suerte evitó que golpearamos o nos engancharamos en algo, por lo que pudimos salir a flote y nadar hasta la orilla. Claro, ustedes se preguntarán entonces ¿porqué esperar a que el río esté crecido?. Empecemos pues, desde el principio. 

              No vamos a negar que recorrer el Río Luján  resulta una atractiva e interesante experiencia, en verdad sí, pero solamente en el tramo que une Suipacha con Mercedes. Desde acá a Luján, las cosas cambian por completo. Iniciado el nuevo siglo, el mundo se esfuerza en recuperar y preservar las reservas de agua dulce, conciente de su escasez y de la vital importancia en la supervivencia del hombre. En pocas palabras, podremos vivir sin petróleo, quizá sin pan, pero no sin agua. Además en muchos países, aún los ríos más pequeños se mantienen limpios y canalizados para aprovechar el transporte fluvial, un método de comunicación eficiente y económico, entre poblados rurales y grandes centros urbanos.   

Basurales en la orilla del río. Fotografía Javier Moleres.
            Mercedes, mientras tanto, insiste en utilizar al río solo como una gran cinta transportadora, que acarrea lejos todas las inmundicias que nosotros desechamos. Por consiguiente, nadie en su sano juicio se atrevería a remar río abajo con escaso caudal de agua, pues se encontraría flotando casi en un cien por cien de líquidos cloacales y efluentes industriales.¿Cuál es el motivo que lleva a concretar el recorrido?, es el único modo de palpar realmente al río, sentirlo y conocer su verdadero estado. Poco se logra con extraer cada varios kilómetros una muestra de agua y analizarla. Solo se obtienen datos fríos e imprecisos que nada dicen sobre la verdadera dimensión de los males que lo aquejan. 

          El río Luján tiene miles de años de existencia, sin embargo hoy su futuro está amenazado. Quizá lo más importante de la travesía es  obtener una buena filmación, para mostrar a la comunidad con imágenes claras, el terrible  daño que se está causando. Ese fue el objetivo de varios viajes anteriores, y lo será también  en esta ocasión, sólo que esta vez las experiencias más desagradables en cuanto niveles de contaminación, vividas por casi una década, no llegaron a prepararnos e inmunizarnos para lo que tendríamos que ver.

     Cuando el río se desborda no tarda en volver a su cauce, pero las márgenes permanecen fangosas por varios días, haciendo difícil que se pueda caminar hasta la orilla. Si le sumamos el hecho de estar cargando con el peso de la canoa, se entenderá porqué terminamos la “botadura” con barro hasta la rodilla. Pero una vez que estuvo en el agua, nuestra embarcación –de casi cinco metros de eslora y uno de manga- pareció deslizarse con la elegancia de un pez en su elemento. Después de dos o tres minutos, ya estábamos en un punto sin retorno: imposible arrepentirse y tratar de volver remando contra la fuerte corriente, inútil tratar desembarcar en otro punto de la costa porque todo se ha transformado en  un lodazal. Según lo acordado, un amigo nos esperará con su camioneta en Luján, a la hora prefijada.

A punto de partir.Fotografía Javier Moleres



Puente Larroque o de Di Catarina.Fotografía Javier Moleres.

Pulpería de Cacho Dicatarina.Fotografía Javier Moleres


 El sol intenta asomarse entre las nubes, que por momentos se cierran para mostrarse de nuevo amenazantes. La canoa parece abrirse paso cortando la bruma y en silencio vemos alejarse a la vieja pulpería, de ahora en más todo depende de nosotros y el, tantas veces  impredecible,  Río Luján.
                                                                                                                                 Continuará...


                                                                                                                       
  Nota:                                                                                                                            
(#) Rezón: ancla pequeña de cuatro uñas y sin cepo.

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