Por Rolo Capaccio
De la memoria heredada
En los años 30, bajo el puente de madera sobre el Frías, en el antiguo camino a Giles, supo vivir un viejito calabrés al que según mi padre apodaban “Don Anguila”. Este apodo se debía a que cuando ellos iban a pescar y le preguntaban por el pique recibían como respuesta, siempre, un “Nata te anguila, tutti cangrequi” con el que el viejo probaba disuadirlos para que se fueran a otra parte.
El viejo vendía su pesca de bagres, tarariras y anguilas a domicilio, aunque algunos, como don Vicente Aloisio preferían irla a buscar con el auto al puente. Don Vicente lo evocaba con nostalgia. A lo mejor porque con él tenía oportunidad de hablar la lengua madre y cada vez que lo recordaba decía, refiriéndose a la desaparición del viejo: “Pobrecito, se lo llevó la correntada”.
De la memoria heredada
En los años 30, bajo el puente de madera sobre el Frías, en el antiguo camino a Giles, supo vivir un viejito calabrés al que según mi padre apodaban “Don Anguila”. Este apodo se debía a que cuando ellos iban a pescar y le preguntaban por el pique recibían como respuesta, siempre, un “Nata te anguila, tutti cangrequi” con el que el viejo probaba disuadirlos para que se fueran a otra parte.
El viejo vendía su pesca de bagres, tarariras y anguilas a domicilio, aunque algunos, como don Vicente Aloisio preferían irla a buscar con el auto al puente. Don Vicente lo evocaba con nostalgia. A lo mejor porque con él tenía oportunidad de hablar la lengua madre y cada vez que lo recordaba decía, refiriéndose a la desaparición del viejo: “Pobrecito, se lo llevó la correntada”.
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