Por Rolo Capaccio.
Por la
orilla
La orilla del Luján de mi primera
infancia era limpia y abierta. Desde ella podía contemplarse la extensión de
los campos matizados con cinas cinas y se podía caminar junto al agua largas
extensiones. Todo era gramilla alta en primavera que al llegar el verano se
ponía de un amarillo casi blanco. En los tramos más bajos crecían el abrojo o
la biznaga y en los más altos el abrepuño, ahora desaparecido.
En los años cincuenta, entre el
puente de la pulpería y el del Cañón se plantaron algunos montecitos de sauces,
y en la década de los setenta llegó sin que lo llamaran el acacio negro y borró
la visión del río y del horizonte. Desde entonces sus ramas espinudas han
servido para retener los plásticos que el agua arrastra y para darle al paisaje
ese aspecto de contaminación fantasmal.
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