por Javier Moleres.
En el transcurso de la
vida, ciertos momentos o determinados sucesos quedan grabados para siempre en
nuestra memoria, aún si no han sido los que más esperamos, o tampoco los que
mejor proyectamos.
Algo similar ocurre
durante la práctica del buceo. Muchas veces la inmersión más simple, por uno u
otro motivo, termina siendo la que más apreciamos y recordamos, superando a las
realizadas en lugares lejanos, exóticos o de muy abundante vida marina.
Pasan los años y no puedo
olvidar una simple inmersión, realizada a media milla de la costa de la ciudad
de Necochea, e iniciada con muy pocas expectativas debido al mar muy agitado y
la mala visibilidad bajo el agua. Pero pese a todos los pronósticos, lo que
calculaba que iba a terminar como una rutinaria “zambullida”, bastó para
hacerme recapacitar sobre lo poco que sabemos sobre el pasado de nuestro
planeta, sobre las diferentes formas de vida que lo colonizaron y los motivos
de su posterior desaparición, y sobre la posibilidad de que algo similar le pudiera
ocurrir a la arrogante raza humana. Porque ese día descubriría mirando el lecho
marino, que en otros tiempos eso no había sido parte del mar sino de una
llanura con abundante hierba, donde reinaba la “Megafauna”, con mamíferos herbívoros
gigantescos como por ejemplo el Mastodonte –antepasado del elefante-, o los
Megaterios –parientes de los perezosos, con un peso de cinco toneladas-, y el
Smilodonte –un carnívoro conocido como “tigre dientes de sable” por sus
tremendos caninos superiores-. En realidad, todo comenzó al encontrar -esparcidos
entre las piedras del fondo- unos cuantos huesos que en principio supuse que habrían
pertenecido a un gran lobo marino.
En este tipo de
hallazgos, lo primordial es no tocar nada para no entorpecer una posterior
investigación, pero ante la posibilidad de no poder volver a localizar esos
restos óseos muy deshechos –no contaba con GPS- decidí tomar un fragmento
pequeño, buscar ayuda para identificarlo en superficie y luego -de resultar
relevante- dar aviso y entregarlo al museo local. De regreso en el bote, lo
único que dedujimos observando el trozo de hueso fue que -por su peso elevado-
con seguridad hacía varios miles de años que se hallaba sumergido y fosilizado,
es decir que sus poros se habían rellenado (por impregnación) de sales
minerales procedentes del agua del mar otorgándole mayor consistencia. Después
de la impostergable visita al Museo de Ciencias Naturales para aclarar dudas, llegó
la confirmación de que me había topado con los despojos de un Gliptodonte, un
familiar de los armadillos actuales, recubierto de una coraza muy fuerte
formada por pequeñas e innumerables placas óseas, y casi del tamaño de un Fiat
600. Lo increíble es que sus restos estaban irreconocibles, pero perduraban en
el sitio del hallazgo al menos desde unos 8.000 a 10.000 años atrás,
lapso en que estos animales se extinguieron definitivamente, correspondiente al
llamado período Cuaternario de la Era Cenozoica, más exactamente entre el fin
del Pleistoceno Tardío y el principio del Holoceno. Pero ¿por qué se
encontraban los restos de un animal terrestre a media milla de la costa y 24 metros de profundidad?
El Pleistoceno es
conocido como "la era del Hombre”, ya que fue durante su transcurso que
los seres humanos evolucionaron. También se caracteriza por fluctuaciones
climáticas de gran intensidad que se llaman Glaciaciones. En este período el
hielo se extendió en forma de glaciares sobre más de una cuarta parte de la
superficie terrestre. Las glaciaciones alternaron con períodos interglaciares
más cálidos. Las posibles causas de las glaciaciones se atribuyen a una
inclinación del eje de rotación de la Tierra que alteró el balance de radiación
solar que recibe el planeta. Durante las fases glaciales el agua se congela, lo
que provoca una “regresión marina”, o sea el descenso del nivel del mar (la
máxima bajada ha sido de 150metros), y con ello los continentes ganan en
extensión quedando la plataforma continental al descubierto, que es rápidamente
colonizada por la flora y la fauna. En las épocas interglaciares el mar vuelve
a aumentar su nivel (movimiento de transgresión) y esa era la sencilla razón de
qué los huesos del Gliptodonte estuvieran ahora sumergidos: al fundirse los hielos, el agua había cubierto su hábitat -la
llanura donde pastaba- y su osamenta. Durante los últimos 2 millones de años se
produjo un descenso del nivel del mar hasta alcanzar su nivel más bajo, pero desde hace un tiempo va en
aumento debido al recalentamiento de la atmósfera por el cambio climático y el
derretimiento de los polos.
Y aún hoy las enseñanzas
de aquella inmersión me generan las mismas dudas: ¿podrá el ser humano adaptarse ante el gran cambio climático que
se avecina?, ¿podrá el hombre sobreponerse al inexorable avance del mar sobre
territorios densamente poblados?, o quizá… ¿desaparecerá esta vez gran parte de
la humanidad, como el Gliptodonte de Necochea y el resto de la Megafauna?
NOTA: se adjunta
fotografía del resto óseo estudiado del Gliptodonte. Se observan las marcas
(incrustaciones calcáreas) dejadas por bivalvos y gusanos marinos.
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