Y lo condenaron a muerte. No tuvo derecho a un juicio, nadie habló en su defensa, a nadie conmovió tanta injusticia
Fueron los hombres, aquellos a quienes ayudó a establecerse, a regar sus cultivos, a saciar la sed de sus rebaños. Los mismos a los que ofreció peces como alimento y la fuerza para moler los granos de trigo.
A cambio ellos lo hicieron depositario de todo lo malo, lo sucio, lo inservible.
Pasó mucho tiempo, pero nunca preocupó su caso.
Intereses de por medio, dinero en juego, fin de las autoridades…, la suya fue la causa perdida, nadie se animó a respaldarlo.
Su pecado, hacer del pequeño poblado una gran ciudad.
Su castigo, morir despreciado, asfixiado por la comunidad a la que ayudó a crecer.
Hoy el río Luján esta condenado a muerte, y su sentencia es irrevocable; pienso que quizá serán estas sus últimas palabras: “Perdónalos señor, porque no saben lo que hacen”.
Extraído del semanario "EL CRONISTA". Mercedes, Fecha:24 de Diciembre de 1995Javier D. Moleres.
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